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jueves, 3 de noviembre de 2011

Cola de sirena

Las convulsiones empezaron a invadir mi cuerpo. Eran fuertes y me sacudían entero. Tenía que aislar el dolor en mi mente. No podía dejar que aquello perturbase mi concentración. Tenía que seguir nadando con fuerza. Las alas de Kaysa ya no estaban para ayudarnos. Miré atrás. Me horroricé. Las serpientes habían formado una gran espiral. Ahora todas estaban tan coordinadas que parecían una sola. Cuando se dieron cuenta de que les estaba mirando, hicieron que la gran serpiente sonriera. Me estremecí entero. Sin dejar de moverse comenzó a abrir la boca. En ella nació un gran colmillo. Grité de miedo. Si uno pequeño estaba teniendo terribles consecuencias sobre mí. No me quería imaginar la tortura que supondría que aquel diente puntiagudo y lleno de veneno penetrase en la carne.
La vista se me estaba nublando. Miré a Kaysa, dado que su velocidad había descendido, podía alcanzarla. La cogí de una pierna. Se dio la vuelta. Hasta aquel entonces no se había fijado en mi estado. Vi pánico escrito en sus ojos. El pequeño ser me observó. Miró detrás. La atrocidad que le supuso ver a la serpiente se hizo evidente. Agarró a la náyade de la pierna que tenía libre y empezó a entonar un cántico. Con el movimiento de su boca se formaron pequeños remolinos. Se deslizaron por el agua hasta llegar a las piernas de Kaysa. Tuve que soltarme de allí. La presión que ejercían sobre las piernas era fortísima. De la nada se formó una cola de sirena.


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