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jueves, 24 de noviembre de 2011

La ciudad de Astra

Cuando se me pasó del todo el efecto seguimos avanzando.  Me seguía sintiendo poderoso. Mis manos brillaban. Era un brillo leve, casi imperceptible, pero no habían vuelto a su estado normal. Eso me hacía recordar una y otra vez que lo que había sucedido era cierto. Kaysa me miraba con cierto temor. El pequeño ser estaba pensativo. El silencio se había adueñado del ambiente.

martes, 22 de noviembre de 2011

Alma oscura

Cuando estuve lo suficientemente cargado, los rayos cesaron. La bestia que había despertado en mí se estaba apaciguando. Sentía como una parte importante de mí se había desarrollado. Me sentía más completo que antes. Menos perdido. Tenía un objetivo claro. No sabía que pasaría después. En esos momentos no me importaba. Quería salvar a mi pequeña princesa. Si luego toda la cólera de la élite se cernía sobre mí, no me importaba. Tampoco las maldiciones. Tenía la mente despejada para mi objetivo.
-Esto no es bueno- dijo la náyade haciéndome volver a la realidad.
-¿El qué?- la pregunté extrañado.
-Los rayos, se asocian a lo malo. Es así desde la antigüedad. El poder de controlar los fenómenos eléctricos siempre lo han tenido los magos oscuros Erwan- me dijo muy seria- Skule tiene ese poder- añadió después de una pausa.
- Eso no significa que yo tenga un alma oscura- repliqué mirando al pequeño ser.
- Puede- dijo lentamente Kaysa- pero tampoco es buena señal-.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Tempestad

La fuerza seguía apoderándose de mi. Era una sensación nueva. Poderosa. Las imágenes de mi pequeña princesa habían desaparecido. La tenía que encontrar cuanto antes. En aquel momento no tenía miedo a Astra. Sabía que ella la retenía. Sabía que sus dedos estaban manchados con la sangre perpetua. No me importaba. Las nubes se  juntaron encima de mí. Sentía como el calor y la electricidad flotaban en el ambiente e inundaban mi cuerpo. Era una sensación mágica. Una experiencia única, indescriptible. Todo a mi alrededor se veía pequeño e insignificante. La furia no me había abandonado. Era capaz de matar por mi hermana. Los instintos salvajes se habían apoderado totalmente de mí.
-Poderoso eres- me habló otra vez aquella voz. 

martes, 15 de noviembre de 2011

Furia


Kaysa me cogió la cara con las manos. Me miró con serenidad. Mi mente se lleno de océanos en calma. El sonido de las olas amansó un poco mi dolor. Me puse en pie. Tenía que seguir mi camino. Debíamos salvarla. No sabíamos dónde se encontraba. No sabíamos que había tras ese puente. Me daba igual. La rescataría costase lo que costase. Su vida era más importante que la mía. Tan frágil, tan inocente.
Mis pies eran de plomo en aquel momento. Les obligué a avanzar. El dolor fue menguando. En su lugar estaba naciendo otro sentimiento. Una extraña sensibilidad. Mi temperatura corporal estaba subiendo. Mis sentidos se estaban agudizando. Kaysa se alejó asustada. Sentí como la furia se apoderaba de mi interior. Mis pulsaciones aumentaban. Mi respiración se hacía más fuerte. Me sentía mejor. 

lunes, 14 de noviembre de 2011

Astra

Axel pasó de largo. No nos había visto. Suspiré profundamente. Kaysa y Balder se habían quedado totalmente congelados. No entendían cómo no nos había visto. Tampoco yo sabía cómo reaccionar.
-No te voy a estar salvando siempre- le volvió a repetir aquella voz- de hecho, puede que esta sea la última vez- y una melodiosa risa se apagó en mi cabeza.
-Prosigamos, no volverá.- respondí de manera agresiva. La náyade me miró extraña, sabía que estaba escondiendo algo. El pequeño ser ni siquiera me miró, parecía molesto también. Yo volvía a ser un cobarde, pero no sabía que decirles. Las pequeñas serpientes saltaban de un lado hacia otro del puente. Era bastante incómodo esquivarlas. Teníamos que prestar mucha atención, pero después del susto de Axel, nos parecía un juego de niños.
No avanzamos mucho más, cuando de repente Kaysa se detuvo.
-Escondeos- gritó con todas sus fuerzas- acercaos a la madera lo máximo que podáis- su voz sonaba con una angustia infinita- se agarró fuertemente a una tabla de madera de la barandilla- mimetizaros con el puente- exhaló en un último intento de llamar nuestra atención.
El pequeño ser y yo nos miramos y rápidamente la hicimos caso. Pocos segundos después el líquido de la ciénaga comenzó a moverse. Una imagen se proyectó por todas las superficies líquidas cercanas. Era Astra. El miedo me paralizó.




viernes, 11 de noviembre de 2011

Una sombra en el cielo... una voz en la cabeza...

Lo único sólido del puente eran las barandillas. El resto de las tablas parecían podridas. Algunas estaban  rotas, otras no, pero ninguna me inspiraba confianza.
-No nos queda otra- dijo la náyade- es el único camino que hemos encontrado y no podemos perder más tiempo- continúo, y después de un instante de reflexión añadió- además siento que nos vigilan, algo malo se acerca-
-La idea no me entusiasma, pero estoy de acuerdo contigo- la contesté- vamos adelante- y di el primer paso.
El pequeño ser siguió tras de mi y Kaysa cerró la marcha. Tenía que expandir las piernas y andar apoyando cada pierna en una de las barandillas. Era bastante complicado. La náyade tenía los mismos problemas que yo. Teníamos la esperanza de que no fuese un camino muy largo. Por su parte, Balder se encontraba cómodo, sus pequeños pies cabían sin problemas en una de las barandillas laterales. Una sonrisa nació en mis labios. No recordaba la última vez que eso había pasado. 
De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Había algo que mis ojos no llegaban a ver, pero mis sentidos si que notaban. Una sombra lejana apareció en el cielo. A mi cabeza tan solo vino un nombre. Axel. Estábamos a bastante distancia de tierra firme. No teníamos dónde escondernos. 
-¿Otra vez metiéndote en problemas?- escuché una voz aterciopelada en mi mente. 

jueves, 10 de noviembre de 2011

Viejo puente

La vuelta a la realidad del  camino no fue fácil. Me había acostumbrado al agua y a los pasadizos, que a pesar de ser oscuros, era menos tétricos. El bosque estaba lleno de maldad, magia negra y hechizos mal intencionados a medio hacer. No había atisbo de esperanza. Además, allí nuestros enemigos nos podían descubrirnos con más facilidad. De repente, me acorde de Axel. Tan solo había visto su sombra pero bastó para que se me helase la sangre. Pensar en sus poderosas alas, hacía que todo mi cuerpo se estremeciese de terror.
 Un viejo puente a punto de derrumbarse nos esperaba.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Brillo de flechas

Estábamos escondidos cerca de la orilla. Entre los matorrales y las piedras. Todavía no estaba lo suficientemente fuerte como para poder caminar sin problemas. El pequeño ser intentaba aliviar mis dolores. Allí dónde me había mordido la poderosa serpiente, ahora había una gran cicatriz. En esa zona la piel se había quedado muerta y helada. Parecía que iba a tener  aquella cicatriz de por vida. Me estremecía solo de pensarlo.
La náyade por su parte había creado minúsculas esferas de cristal. Estaban llenas de agua. Podían resistir mucho tiempo sin estropearse, y servirían a Kaysa para mantenerse húmeda. Llevaba días ocupada con aquellos conjuros. En sus descansos venía a verme y me contaba leyendas e historias sobre el agua. Ella sí que conoció la época de la luz y los colores. En sus ojos se denotaba nostalgia por los tiempos pasados. Me mostró tanta confianza que una vez más me sentí cobarde. No podía desvelar el misterio de los ojos verdes. Tampoco sabría como explicarlo.
Cuando ya me encontraba un poco mejor, comenzamos a practicar con el arco. Kaysa me proporcionó flechas normales. Las que rescató de la cueva las tenía bien escondidas. No me reveló el por qué. Lo que sí me percaté, era que a pesar de que estaban escondidas, brillaban. Iba a ser complicado pasar desapercibidos con ellas. Despertaban mi fascinación.

martes, 8 de noviembre de 2011

Cobarde

-Levanta, te vi abrir los ojos hace unos minutos- escuché en mi mente la voz del pequeño ser. La escuché con alegría. Dejé que inundase todos mis sentidos. Era de lo más reconfortante. Busqué la luz en sus palabras. Busqué el significado de la vida.
-Aquí estoy- escuché decir a mi propia voz- no me voy a ningún lado- a lo que el pequeño ser se acercó aún más a mí y me dio un abrazo. Sentí un cariño profundo. Aquel sentimiento me hizo abrir los ojos y poco a poco levantarme.
-Antes te vi abrir los ojos- dijo lentamente el pequeño ser- fue un momento fugaz, pero no eras tu- bajó la voz. No eran tus ojos- se estremeció.
-¿Cómo que no eran mis ojos?- pregunté asustado mirando su expresión.
-Tus ojos están llenos de luz, no hay pensamientos oscuros en ellos- dijo sin dejar de mirarme- en cambio estos eran sombríos, fríos y calculadores. Diría incluso que más oscuros, casi negros-.
-No entiendo muy bien lo que estas diciendo- dije extrañado- hace un momento estaba inconsciente- claro en aquel momento me acordé súbitamente de la voz. Aquella voz que me había hablado. La que no quería dejarme marchar. Fui cobarde. No se lo confesé al pequeño ser.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Veneno

Sentí como las serpientes se acercaban. No habían desistido en el intento. La náyade seguía siendo una sirena. Por suerte podía nadar más rápido que ellas. Yo por mi parte no podía más. El veneno estaba ardiendo por todo mi cuerpo. Se había extendido con facilidad. Ya no tenía fuerzas para seguir escapando. Agarré a la náyade del brazo. Se me escapó. Creo que me cogió. No estaba del todo seguro. Todo era confuso a mi alrededor. Sentía el movimiento del agua en la cara. Procuraba mantenerme erguido, pero no podía. A pesar de estar ardiendo tenía frío. Cada vez más y más frío. Ya no sentía el agua. Había perdido la noción de tiempo y espacio. Las fuerzas de mis extremidades desaparecieron. La sensibilidad de mi piel se durmió. Los párpados me pesaban demasiado. Oscuridad.
-No te voy a dejar morir- escuché una voz lejana. Quería abrir los ojos pero no podía. Sentía que dos lápidas los habían cerrado- sigue mi voz, déjame entrar en ti- volvió a decir aquella voz. Un sonido desconocido para mí. De repente en mi mente aparecieron aquellos ojos verdes. Me hipnotizaron otra vez. No podía dejar de admirarlos. Intenté hablar. No podía. Mis labios estaban sellados.
-Te necesito para cumplir mis objetivos- susurró la voz sensual, la mirada se intensificó- no puedes morir, abre los ojos- un escalofrío recorrió mi cuerpo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cola de sirena

Las convulsiones empezaron a invadir mi cuerpo. Eran fuertes y me sacudían entero. Tenía que aislar el dolor en mi mente. No podía dejar que aquello perturbase mi concentración. Tenía que seguir nadando con fuerza. Las alas de Kaysa ya no estaban para ayudarnos. Miré atrás. Me horroricé. Las serpientes habían formado una gran espiral. Ahora todas estaban tan coordinadas que parecían una sola. Cuando se dieron cuenta de que les estaba mirando, hicieron que la gran serpiente sonriera. Me estremecí entero. Sin dejar de moverse comenzó a abrir la boca. En ella nació un gran colmillo. Grité de miedo. Si uno pequeño estaba teniendo terribles consecuencias sobre mí. No me quería imaginar la tortura que supondría que aquel diente puntiagudo y lleno de veneno penetrase en la carne.
La vista se me estaba nublando. Miré a Kaysa, dado que su velocidad había descendido, podía alcanzarla. La cogí de una pierna. Se dio la vuelta. Hasta aquel entonces no se había fijado en mi estado. Vi pánico escrito en sus ojos. El pequeño ser me observó. Miró detrás. La atrocidad que le supuso ver a la serpiente se hizo evidente. Agarró a la náyade de la pierna que tenía libre y empezó a entonar un cántico. Con el movimiento de su boca se formaron pequeños remolinos. Se deslizaron por el agua hasta llegar a las piernas de Kaysa. Tuve que soltarme de allí. La presión que ejercían sobre las piernas era fortísima. De la nada se formó una cola de sirena.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Alas transformadas

A lo lejos vi como el pequeño ser se acercaba a Kaysa. Mi visión estaba tan nublada que parecía que estaba en un sueño. Notaba como el veneno que me había inyectado la serpiente se expandía poco a poco por todo mi cuerpo. Miré atrás. Aquellos pequeños monstruos no habían cesado en su persecución. Por suerte, si mi intuición no fallaba ya habíamos pasado la barrera de la mitad de la distancia. La superficie no quedaba muy lejana. Allí por fin no podríamos despedir de ellas.
Cuando volvía mirar al frente vi como el pequeño ser había formado un embudo con sus manos. Soplaba sin parar hacia la náyade. Al cabo de un rato comenzó a salir un polvo rojizo. Tenía el mismo color que su sangre. En un primer momento me asusté.
Poco a poco, el polvo se fue depositando sobre Kaysa. Donde más se concentró fue en sus dañadas alas. Destellos de luz rojiza empezaron a curar las alas. Cuando ya estuvieron totalmente curadas, comenzaron a empequeñecer. Rápidamente se adentraron en su espalda y desaparecieron. Kaysa había recuperado toda su movilidad. El problema surgió cuando nos dimos cuenta que debido a este cambio, nuestra velocidad había amainado. De esta manera las serpientes nos alcanzarían enseguida. Mi ilusión de llegar sanos y salvos a la orilla se había evaporado en un segundo. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Colmillo anclado

Las serpientes negras formaron pequeños remolinos. Se movían con gran agilidad. Querían formar una corriente que nos succionase. Así, estaríamos a su disposición y podrían hacer con nosotros lo que quisiesen. No podíamos permitirlo. Procuré nadar más rápido. Llegué a la altura de la náyade. Estaba demasiado cansada. Sus alas se estaban deshaciendo. Los desgarros que tenía en ellas, la estaban debilitando. Más que una ayuda eran una carga. A pesar de ello era más rápida que yo. Intenté mantenerme a su altura. Teníamos que hacer algo. Nadábamos sin rumbo. Teníamos que hacer algo o las serpientes nos alcanzarían.  Miré a Kaysa. Me devolvió su mirada. Parecía que había envejecido muchos años. Estaba demasiado cansada. Me coloqué a su lado. Puse mi mano en su cuerpo. Tenía que transmitirla mi energía de alguna manera. Me concentré. Nada. Cero. Me sentí frustrado.
Mientras pensaba que hacer, sentí una fuerte mordedura. El tobillo me comenzó a arder de dolor. Miré abajo. Una de las serpientes me había alcanzado. Vi su pequeño colmillo incrustado en mi piel. Mi temperatura corporal comenzó a subir. El sudor se adueñaba de mi cuerpo. La garganta se me secaba. No era capaz de general ningún tipo de saliva. Pánico.