No pude dormir ni un segundo en toda la noche. La preocupación de haber sido descubierto me comía por dentro. Durante la comida noté que algo pasaba y mi padre me llamó al despacho nada más terminar. Tardé un rato en ir, pensando en alguna buena excusa para explicar mi indiscreción, pero tenía tantas preguntas en mi cabeza que no había sitio para explicaciones.
Por fin encontré la valentía necesaria para entrar en aquel lugar lleno de viejos libros polvorientos. Probablemente tenía más libros que todo el conjunto de habitantes del pueblo. Allí estaba él, detrás de una gran mesa de caoba y con sus intimidantes gafas apoyadas en la punta de su nariz. No me miró hasta que no me senté en frente y ahí fue cuando por segunda vez en mi vida sentí como sus ojos verdes me traspasaban el alma y alcanzaban a ver todo mi ser.
-Te has expuesto- me dijo serio, a lo que yo solo pude bajar la cabeza- no se que consecuencias tendrá esto- prosiguió lentamente- tendremos que esperar-.
-¿De dónde tienes tanta información?- me atreví a preguntar.
Hubo una pausa entre los dos, pasados unos minutos chasqueó los dedos y apareció una pequeña libélula plateada.
-Me lo ha dicho un mensajero- señaló al pequeño animal.
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