Estuve encerrado en casa y en penumbra los dos días siguientes. Me sentía como en una jaula de oro donde no me faltaba de nada excepto libertad. Mi padre salía más que de costumbre, intentaba estar sereno pero, pequeños detalles delataban su nerviosismo. Por lo menos, mientras él no estaba, yo me sentaba en su despacho y devoraba los ejemplares de la biblioteca. Intentaba encontrar la razón de la oscuridad y la neblina de nuestro bosque. Algunos hablaban de la era anterior, donde todo eran colores y melodías, y otros hablaban de la era actual, de la oscuridad, de los sacrificios, de los maleficios y de los espíritus de la noche, pero ninguno de la transición.
Sin darme cuenta la noche llegó y mi padre todavía no aparecía. Fui a preguntar por él pero no obtuve respuesta. Tan solo deseaba que no le hubiese pasado nada, me sentía culpable por toda la inquietud que nos rodeaba.Cuando ya estaba preparándome para cenar oí la voz de mi padre en el despacho. No sabía como había llegado hasta allí pero me alegraba oír su voz. Pero no estaba solo, un leve susurro le contestaba.
Me acerqué para averiguar más, pero fui descubierto y me invitaron a entrar.
Mi padre estaba apoyado en el alfeizar de la ventana y la silla del despacho estaba dada la vuelta. Cuando me adentré un resplandor empezó a salir de la silla y un dulce canto envolvió la habitación.
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