Mis movimientos eran lentos pero seguros. Mis manos seguían desprendiendo destellos de luz, pero ya estaban totalmente cicatrizadas. Me habían quedado marcas extrañan en ellas, probablemente para el resto de mi vida.
Por fin llegué al final del árbol. La bestia dibujó una sonrisa en su cara y empezó a gruñir. De cerca su aspecto era más aterrador todavía, tenía unas grandes pezuñas cubiertas de espinas metálicas. Se acercó a paso lento. Sus ojos empezaron a brillar de satisfacción.
Levanté las manos y me concentré. Sople en mi mano derecha y un polvo dorado salió de ella y se depositó en mis pies. Esto hizo enfurecer a la bestia y se abalanzó sobre mí. Me tiró al suelo con el primer golpe. Me dejó aturdido y antes de que pudiese recuperarme, empezó a golpear todo mi cuerpo con su cabeza llena de pequeñas espinas. Mi dolor iba en aumento con cada golpe. Mis gritos de dolor cada vez eran más profundos.
El pequeño ser empezó a gritar también y la bestia le miró por un segundo. Aproveché esa oportunidad y me levanté lo más rápido que pude. El polvo dorado de mis pies empezó a brillar, iluminándome con una luz cegadora. La bestia se puso en alerta, pero el brillo era insoportable para ella. Rabiosa se acercó rápidamente e intentó morderme con sus colmillos, me desgarró el pantalón, pero no consiguió alcanzar mi pierna. Yo aproveché y ágilmente cogí una estaca que encontré cerca. Era mi única oportunidad, no podía fallar. Intenté atacar por un lado, pero con unos reflejos rápidos lo esquivó por escasos milímetros.
Repentinamente la luz dorada desapareció, lo que nos pilló de sorpresa a los dos. Veloz mostró sus colmillos y se dispuso a saltar sobre mí, cuando estaba a unos centímetros de mi cuello, levanté la mano ensangrentada y clavé la estaca en su estómago.
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