Miré inquieto un lugar para esconderme. Había multitud de árboles y lianas, pero nada más. El laberinto en el que había entrado era una trampa mortal. Intenté alejarme lo más que pude, pero los aullidos cada vez estaban más cerca. Avancé, me tropecé, me caí, la respiración se me cortaba por el miedo. No veía una solución rápida a mi problema. Me faltaban segundos, miré a la derecha, a la izquierda. Por todos lados el mismo paisaje.
Cogí una liana con una mano, después con la otra, empecé a trepar poco a poco. A medida que avanzaba empecé a sentir un dolor punzante en las manos. Gotas de sangre empezaron a resbalar hacia el suelo. Mis manos estaban totalmente destrozadas y la huella de mi sangre desvelaba mi escondite.
Los aullidos cesaron, mientras, yo seguía muy quieto en el árbol. Miré al suelo, pero nada había cambiado. Miré por encima de las ramas, y todo estaba oscuro, sin vida.
Intenté tranquilizarme pero era imposible, las manos me ardían. Intenté soplar para enfriarlas, pero me empezaron a quemar más todavía. Segundos después, un estallido de luz verde salió de mi mano derecha, fue tan intenso que cerré los ojos para protegerme. Fue muy breve, y pasados unos segundos otra luz salió de mi mano izquierda. Tan intensa como la anterior pero de color dorado. La luz subió al cielo y desapareció, ¿ que había pasado? me pregunté a mi mismo, estaba confuso. Miré al suelo, un destello blanco de colmillos iluminó mi huella de sangre, mi temor se había cumplido.
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