Cogí fuerza y valentía de donde no tenía. No quedaban más piedras por los alrededores. Esta vez tenía que utilizar mi ingenio. El guardián al ver la situación de sus compañeros se enfureció. Avanzó directamente hacia mi. Suspiré profundamente. No tenía ningún plan. Miré otra vez a mis compañeros. Su estado era lamentable. Necesitaba concentrarme. Me agaché para recuperar fuerzas. Cuando toqué el suelo para mi satisfacción mis manos se encendieron otra vez. La mano verde empezó a absorber una energía que no sabía de donde procedía. Me sentí más fuerte. De repente un canto dulce se escuchó en el interior del pequeño pasillo. Mi mano lo absorbió y resplandeció más que nunca. Mi respiración se volvió agitada. Sentía como la vida crecía dentro de mi. Toqué el suelo. Mi mente se quedó en blanco. Mis ojos empezaron a dar vueltas. Se quedaron en blanco. Una onda de energía se expandió por toda la superficie. Creó una especie de campo electromagnético. Sentí como partículas invisibles se movían de un lado hacia otro. Procuré solidificar mis pensamientos. Un denso musgo empezó a crecer a vertiginosa velocidad. Unió todas las partículas entre sí, y se expandió. A pesar de la sorpresa, el guardián no se dejó impresionar y avanzó hacia mí con pesados pasos. Levanté mi mano izquierda y la luz dorada me cegó. Tuve una idea. La coloqué sobre la mano derecha, y me imaginé una tormenta. Aislé la mente de todo y tan solo me concentré en aquella imagen. Poco a poco del musgo comenzaron a salir pequeñas descargas eléctricas. Las piernas del guardián empezaron a temblar. Aumenté la intensidad. Gritos de dolor llegaron a mis oídos. Los obvié. Necesitaba centrar todos mis pensamientos en una sola cosa. Los calambres se le expandieron por todo el cuerpo. Cuando no pudo soportarlo más cayó fulminado.
Una vez más se escuchó la melodiosa voz. Todo a mi alrededor estaba en calma. Caí fulminado en un profundo sueño. Viajé lejos de allí.
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