Esta vez en vez de adentrarme en mi entorno, viajé muy lejos. Más allá del bosque. Un reducto de paz se apoderó de mí. Me asusté, no estaba acostumbrado a ello. Subí hasta las nubes y me senté en una de ellas. Veía todo desde allí. La desolación y la tristeza eran la definición perfecta del panorama. Todo oscuro y sin vida.
Estaba muy cansado, incluso allí sentado. Se me cerraban los ojos y tan solo quería dormir. Adentrarme en aquel mundo de los sueños que había oído que existía. No estaba seguro de ello, nunca me había pasado. Cerré los ojos, pero algo llamó mi atención y los volví abrir. Un olor familiar llegó hasta mi nariz. Respiré profundamente y todos mis sentidos reaccionaron inmediatamente. Ante mi apareció la imagen de mis padres.
-Sigue tu camino hijo- dijo mi madre- este es tu destino, eres nuestra salvación-.
-En la lejanía estamos contigo- continuó su padre que le tendió la mano- apóyate en mí. No estamos a tu lado físicamente, pero si en tu corazón-.
-Abre los ojos- la sonrisa de su madre hizo que una lágrima resbalase por su mejilla- vuelve de donde viniste, no te quedes aquí. Podrías perderte y no encontrarías el camino de vuelta a tu cuerpo- le explicó ella.
-Vuelve, eres fuerte- le animó su padre- iré contigo hasta el final-.
Oscuridad de nuevo. Confusión. Todo volvía a ser oscuro y duro. No sabía si estaba preparado para volver. Le había gustado aquel momento de serenidad y tranquilidad. No quería volver a las tinieblas.
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