Intentamos volver sobre nuestros pasos. Quizás habíamos escogido mal el camino. Los murciélagos empezaron a volar en círculos por encima de nuestras cabezas. Eran animales capaces de producir heridas mortales con solo hincarte sus grandes incisivos. En la superficie a veces había seres de la misma especie. Aunque grandes, eran inofensivos y solo se alimentaban de insectos pequeños. Los que nos sobrevolaban eran de pequeño tamaño, pero exageradamente rápidos. Según iban bajando, sus dientes se iban alargando. Nuestro tiempo de reacción se acortaba.
Asks aumentó el tamaño de sus llamas. Quería asustarles, pero no lo consiguió. Estábamos confundidos. Justo en el momento en el que retrocedimos al pasillo por el que habíamos llegado, un destello me llamó la atención. El pequeño ser también se había dado cuenta de aquello. Proyectó un pequeño haz de luz hacia ese lugar. La forma de una rosa apareció. Mis pies se paralizaron. Efectivamente, estábamos siguiendo el camino correcto. Miré arriba, a pesar de que en esa parte, el techo era muy alto, se podía distinguir perfectamente el titánico nido que había allí formado. A continuación miré al otro lado. Si mis cálculos no fallaban, la entrada a la segunda parte del pasillo estaba aproximadamente a unos ochocientos metros. Los murciélagos tardarían apenas un minuto en estar a nuestra altura. Era imposible.
Miré a los pequeños duendecillos, estaban escondidos detrás de Asks. No podía contar con su ayuda. Necesitaba pensar rápido. Se me ocurrió una idea, me acerqué al felino. Le indiqué que empezase a expulsar llamas de fuego por la boca. No era un plan definitivo, pero debíamos ganar tiempo.
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