Si volvíamos sobre nuestros pasos, llegaríamos a la cueva de los murciélagos. Si bajábamos por el acantilado, nos descubrirían. ¿Qué otras opciones nos quedaban?. Volví a mirar por la ventana. Allí estaba la rosa, era la más grande que habíamos visto hasta entonces. Aquello tenía que ser una señal importante. Quizás estuviésemos cerca. Miré al suelo, ahora había cuatro guardianes. Aquello representaba un gran problema. Miré a mis compañeros, estaban demasiado exhaustos para pensar.
Dado que allí estábamos a salvo, acampamos para descansar un par de horas. En cuanto cerré los ojos, las pesadillas volvieron a mí. Poblados quemados, personas hechas prisioneras y ejecutadas, los sollozos de los niños inundaban mis oídos. A pesar de estar profundamente dormido, sabía que era un sueño. Sin embargo, ello no me quitaba la angustia. Me desperté empapado en sudor. Teníamos que avanzar, sino aquellas pesadillas se comerían mis recuerdos más felices. Vino a mi mente mi pequeña princesa, no sabía que había pasado con ella. Miré por la ventana para comprobar cómo estaba la situación. La rosa brillaba más que nunca, solo había un guardián. Era nuestra oportunidad. Íbamos a aprovecharla.
El pequeño ser dio instrucciones a los duendecillos. Debían tejer una enredadera que no fuese demasiado grande, para que pasase desapercibida, pero sí lo bastante fuerte como para que pudiésemos bajar por ella. En seguida, se pusieron manos a la obra. Con sus manos intentaron teñirla del mismo color que las rocas. Más o menos, consiguieron camuflarla. Había que reconocer que eran muy habilidosos. Con cuidado de no hacer ruido, la enredadera se deslizó por la ventana y llegó al suelo.
Cerré los ojos para relajarme. Era hora de intentar bajar. Yo era primero, el pequeño ser me seguiría. Asks no estaba convencido con la enredadera, iba a buscar su propio método. Cuando mis pies se quedaron colgando, me di cuenta de que era más empinado y alto de lo que esperaba. Esperaba tener bastantes fuerzas como para bajar hasta el suelo. Mis músculos estaban en tensión. La enredadera era dura como una piedra. Tan solo llevaba un cuarto de camino, cuando las heridas se empezaron a producir en mis manos. Intentaba respirar profundamente. No podía hacer ruido. Todo mi cuerpo estaba en tensión. Conseguí bajar a la mitad, allí descansé un poco. Ruido.Mis sentidos se pusieron alerta. Por algún lado se acercaban más guardianes. Nuestros planes habían caído en desgracia.
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