Las tierras cenagosas con las que nos encontramos al salir de la explanada eran indescriptibles. Según avanzábamos el lodo nos empezó a subir hasta las rodillas. El olor nauseabundo nublaba mis sentidos. Todo parecía podrido a nuestro alrededor.
Cuando avanzamos un buen tramo, multitud de siluetas aparecieron en la superficie. Eran dibujos que aparecían y desaparecían con mucha rapidez. Un ruido se escuchó a lo lejos. Instintivamente miré hacia la derecha. Algo se estaba aproximando por los aires. Era demasiado tarde para que nos pudiésemos esconder. Nos quedaban apenas unos minutos para que aquello estuviese a nuestra altura.
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