Un estallido se produjo entre nosotros. Salimos despedidos hacia lados opuestos. Me di un fuerte golpe en la cabeza y me desmayé. Las conmociones que había experimentado al ver aquellas imágenes de Axel, produjeron un cataclismo en mi cuerpo. La oscuridad se adueñó de mi mente. Dejé de sentir.
Cuando me desperté, extrañas sensaciones recorrieron todos mis sentidos. Intenté levantarme pero la cabeza me daba demasiadas vueltas. Escuché atentamente, no había nada fuera de lo normal. Cerré los ojos para relajar mi mente y calmar mi cuerpo. Me costó mucho, pero lo conseguí.
Una vez en pie, comprobé que todo siguiese igual. El pequeño ser seguía en el suelo. Estaba profundamente dormido. Su energía se había desgastado por completo. Me acerqué más. Tenía un corte muy feo en la mejilla. Acerqué mi mano para curarle. Intenté pensar, pero demasiadas incógnitas poblaban mi cabeza. Repentinamente vinieron a mi cabeza las imágenes del poblado quemándose. Luego viajé al carruaje de las almas perdidas y olvidadas. Por último, mi cabeza se detuvo en Kaysa, la náyade y en mi pequeña princesa. Miré otra vez al pequeño ser. Tuvieron que pasar muchas horas hasta que despertó.
- Debemos ir a buscar a la náyade- le dije- no podemos demorarnos más. No somos capaces de luchar contra la élite guerrera que hemos visto- nadaba entre la frustración con la marea en contra. Era el estado que me estaba acompañando todo el viaje. Pero me veía demasiado débil para poder afrontar toda la situación. No sabía como debía actuar, ni que camino seguir. No entendía por qué me habían elegido para enfrentarme a Skule y sus secuaces. Seguramente, había algún ser en todo el bosque mucho más preparado. Lo peor de todo es que parecía que Skule no era la primera cabeza pensante. No quería imaginarme que tipo de ser estaba detrás de todo aquello. Debía ser mucho más poderoso que cualquiera de los que habitábamos aquel mundo.
Intenté salir de aquella espiral de pensamientos autodestructivos. Tendría que enfrentarme a todos mis miedos y salir adelante. Era la única opción que tenía. No podía estar compadeciéndome de mi mismo toda la vida. Debía estar a la altura de las circunstancias. Con una fortaleza renovada, me levanté y recogí mis cosas.
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