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martes, 27 de septiembre de 2011

Puerta metálica

Cuando llegué a la altura de la puerta la melodía cesó. Me quedé quieto para ver si volvía. Quería que volviese, era demasiado dulce para querer abandonarla. Quizás si abría la puerta, volvería a mí. Me había obsesionado con ella. Me resultaba sorprendente tener un sentimiento de dependencia tan grande.
Admiré la puerta. Parecía sacada de un cuento de hadas. Parecía hecha de una madera muy delicada. Me acerqué aún más para abrirla. En cuanto la toqué todo lo que había a mi alrededor desapareció. Piedras duras y frías aparecieron en su lugar. La armonía se rompió. Ante mí ya no estaba aquella puerta fabricada de fantasía. En su lugar, una gran puerta de metal azul ocupaba todo el espacio. Parecía muy pesada y resistente. Intenté abrirla con todas mis fuerzas, pero me era imposible.
Súbitamente escuché un débil quejido lastimero. Aquello aceleró mi pulso y sentí la necesidad de llegar al otro lado. Miré la puerta detenidamente, tenía que haber alguna forma para atravesarla. Me alejé para verlo todo desde mayor perspectiva. Pasaron por mi mente varias ideas. Quizás podría calentar la puerta hasta fundirla, aunque parecía demasiado resistente para ello. La siguiente idea que se me ocurrió fue encontrar algún resquicio donde la puerta fuese más débil. Otro error. Estaba perfectamente incrustada en las rocas. Un par de ideas más rondaron mi mente, pero las deseché todas. Tenía que haber una solución. Estaba convencido de ello. Como no se me ocurría ningún otro plan probé a calentar mis manos. Tal y como había predicho, no sirvió de nada. Apenas se calentó la primera capa y se produjo un pequeño arañazo. Necesitaba algo más eficiente. Me senté a pensar otra vez.

1 comentario:

  1. Hola Katia, ya te sigo, me sigues tú a mí, mi blog se llama:
    www.elrinconcitodelectura.blogspot.com

    Besos.
    Lectora.

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