Intenté nuevamente cogerme con la otra mano al borde. Era imposible, ya no disponía de tanta fuerza. Cerré los ojos para concentrarme y pensar que iba a hacer. Los abrí bruscamente, empecé a notar un extraño calor en los pies que me iba subiendo por todo el cuerpo. Miré abajo. Una extraña masa roja y amarilla se estaba formando en las entrañas de la tierra. No sabía que era eso, pero probablemente nada bueno.
De mi frente empezaron a caer perlas de sudor, el calor cada vez era más vivo. Le precedía un humo naranja, que avanzaba a más velocidad que la masa en sí. Cuando tocó mi piel sentí como me la abrasaba. Tan solo fue un segundo pero fue la peor tortura que jamás había pasado. Noté como cada célula de mi cuerpo estaba a punto de estallar.
A su paso la tierra se reblandeció y empezó a moverse. Unos bultos empezaron a florecer en ella. Mis dedos ya estaban al límite, pero tampoco quería morir abrasado. Seguí observando los bultos. Cada vez eran más y más grandes. Cuando formaron una bola perfecta se empezaron a alargar. Cuando ya eran lo suficientemente largos unos dedos empezaron a nacer y se formaron unos brazos perfectos. Se volvieron del mismo color que la masa que se acercaba. A medida que se iba completando el proceso, empezaron a moverse de izquierda a derecha rítmicamente.
Poco a poco se formaron también a mi alrededor y también por toda la pared que mi vista alcanzaba a ver. Se empezó a desprender calor de ellas. La temperatura se estaba volviendo infernal. El pequeño ser me miraba sin saber que hacer. Todo había sucedido tan rápido que resultaba mareante. Una idea vino a mi cabeza, era mi única salvación, mi última oportunidad. Aspiré profundamente, miré mi mano y la apoyé en la pared caliente.
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