No era suficiente, me lamenté. Nuevamente cerré los ojos, y esta vez en mi mente aparecieron las manos surgidas de la tierra. Con mucho esfuerzo un nuevo destello de energía explotó. Ahora las manos empezaron a girar en el mismo sentido, se habían vuelto de color azul, tal y como la energía que las había hechizado. Todas giraban al unisono. Yo ya estaba en las últimas, miré al pequeño ser, el me devolvió la mirada con ojos suplicantes. Esa mirada me llegó hasta el alma, pero ya no aguantaba más, mi energía se había consumido del todo con aquellos intentos de salvarme.
Mis dedos empezaron a resbalar, uno a uno se iban soltando. El pequeño ser me miró otra vez, aunque ahora no le pude devolver la mirada, mi último dedo se soltó. Empecé a notar el calor de la masa naranja y en un segundo vi todas las imágenes de mi vida en la cabeza. Los juegos con mis hermanos, las lecturas con mi padre y las tartas de mi madre.
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