Una bandada de cuervos negros de hipnotizantes ojos naranjas estaban sobrevolando por encima de nosotros. Eran enormes y tenían unas montaduras de cuero encima de su cuerpo. Con mucha calma nos observaban minuciosamente. Algunos se aproximaron a nosotros y pude ver sus poderosos picos. Cuando dieron un par de vueltas y estudiaron todo el panorama se empezaron a posar sobre el suelo. Ahí lo pude ver con claridad, unos extraños y pequeños seres marrones, peludos, de orejas puntiagudas y brillantes ojos naranjas, estaban sentados encima y les daban órdenes. Empezaron a crear polvareda grisácea que nos hizo toser a todos y despistarnos por un segundo.
-¡No os despistéis!- gritó uno de los druidas- ¡los grazilius son peligrosos!- y empezó a toser.
Según dijo esas palabras los grazilius tiraron de la correa y los cuervos empezaron a lanzar bolas de fuego hacia donde estábamos nosotros. Su primer ataque no fue muy potente ya que la visibilidad era nula. Uno de los druidas cogió su bastón. Lo lanzó hacía el aire y cuando iba cayendo empezó a gritar unas palabras extrañas. El bastón empezó a girar y se formó un pequeño remolino de aire que limpió toda la explanada de la neblina. Ahora nos encontrábamos frente a frente. Todos los cuervos estaban excitados ante la cantidad de carne que tenían enfrente.
-¡ Replegaros!- gritó el maestro druida, el ataque les había pillado de improvisto y no estaban organizados-.
Algunos de los cuervos con un sonoro graznido levantaron el vuelo y empezaron a tirar bolas de fuego desde el aire. Iban en todas las direcciones. El druida que invocó al remolino resultó herido de muerte. Uno de los cuervos se estaba posando sobre él. Ya no tenía salvación alguna. Yo empecé a sentir pánico. Las bolas de fuego cada vez eran más grandes y las tiraban con más velocidad. Los druidas empezaron a formar pequeños núcleos de masa gris a modo de escudo de protección. Era muy complicado contraatacar. La velocidad de las bolas aumentaba y no había tiempo para nada. Solo se podían defender. Como mi miedo aumentaba la mano izquierda empezó a soltar destellos dorados. Me concentré lo máximo que pude y proyecté toda mi energía hacia el grupo de cuervos más numerosos. Abrí la palma lo máximo que pude y cerré los ojos. Perlas de sudor acariciaban mi mente. Me adelanté y un haz dorado se extendió por la explanada.
Los cuervos empezaron a graznar desesperadamente. Era algo inesperado para ellos. Había ganado unos minutos para que los druidas se reorganizasen. Pero no era suficiente.
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