La escasa luz de la superficie ya se había perdido por completo y nosotros seguíamos cayendo. Paredes de tierra a la derecha y paredes de tierra a la izquierda. Ningún signo de vida a excepción de nosotros.
Los segundos se hicieron minutos, y los minutos horas en aquella espera hacia lo desconocido, y el sentimiento de angustia crecía y crecía. Después de interminables momentos, empezamos a ir más despacio. Cuando la tierra pasó de ser marrón oscura a gris, nos detuvimos en seco produciendo un sonoro golpe. El impacto fue tan grande que nos hizo saltar y casi precipitarnos por el hueco hasta el infinito. Nos quedamos totalmente quietos, miré por el hueco y parecía que nos habíamos quedado incrustados en algo.
Miré con mucha atención a mi alrededor. Había muchos agujeros pequeños en la pared, pero el tamaño no era suficiente como para que pudiese pasar. Miré por todo el lado de la derecha, pero nada, luego empecé a mirar por la izquierda y al fin, vi un agujero lo suficientemente grande como para pasar. Cogí al pequeño ser en brazos y lo empujé hacia el agujero. Me asusté, el corazón me empezó a latir a mil cuando noté como la tierra debajo de mí empezaba a ceder. Si no me daba prisa seguiría mi caída hacia el infinito. Salté hacia el agujero, caí de puntillas y me resbalé. El corazón me salía del pecho de la angustia. Conseguí cogerme con una mano del borde.
El hueco ya había empezado a descender dejándome sin más opciones. La mano me empezó a resbalar, me balanceé un poco para intentar sujetarme con la otra mano. Mi primer intento fue fallido, los dedos cada vez tenían menos fuerza pasa sujertarme. Estaba en una situación límite, el precipicio me llamaba, pero yo no quería escucharle. Lo intenté una segunda vez. Tenía las manos sudorosas
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