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jueves, 14 de julio de 2011

Remolino

El remolino fue cogiendo fuerza por segundos. Empezó a formarse a nuestro alrededor pero se expandió por toda la cueva. Todos los hielos que se habían desprendido empezaron a volar por los aires. Era un pequeño tornado en potencia.  El felino se seguía agarrando a mi brazo. Me había hecho profundos desgarros en su lucha por no salir disparado. Mis gritos de dolor retumbaban por todo el espacio vacío.
El dolor hacía que mi corazón palpitase a toda prisa, como si fuese a vida o muerte.
Intenté pensar con la cabeza fría y cogiendo fuerza de donde no la tenía empecé a mover la otra mano. La desplacé lentamente. Quería llegar hasta mi brazo dolorido, aunque era difícil dada la magnitud del viento. Mientras tanto, el pequeño ser seguía agarrado a mi pierna. Sus ojos brillaban y comenzó a entonar un leve cántico muy melodioso. El remolino de viento empezó a moverse en la dirección contraria desestabilizando  al felino. Este cambio inesperado minó sus fuerzas y se soltó de mi brazo. Salió despedido y empezó a dar vueltas al ritmo que marcaba el tornado.
Mi mano por fin alcanzó mi brazo y sentí como cambiaba de color.  Mis heridas se empezaron a curar dolorosamente. El proceso era demasiado lento y solo conseguiría cerrar los desgarros más profundos. Tuve que cerrar los ojos, notaba como cada músculo se reconstruía como si me pinchasen un millón de agujas. Cada una de esas agujas me cosía una parte. En la superficie no se veía nada, pero sentía absolutamente cada pequeña fibra.

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