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martes, 26 de julio de 2011

Salida a la superficie

Una vez más, me había quedado sin saber mi procedencia. El hechizo al que había sido sometida la Dama Blanca parecía demasiado fuerte. La absorbía mucha energía y no la dejaba comunicarse durante mucho tiempo. Parecía que su hermana Skule era muy poderosa. Miré a mi alrededor, todo se había quedado sumido en una negra polvareda. Aquel sitio debía de haber sido bonito, aunque ahora había marcas de magia negra por todos lados.
El caballo relinchó nuevamente, debíamos irnos. Miré al pequeño ser y nos dirigimos hacía una gran puerta de hielo. El caballo inhaló aire hasta llenar sus pulmones. Cerró los ojos y con un fuerte suspiro, exhaló todo el aire haciendo que sus crines creciesen . El fuego en ellas se avivó y el caballo acercó su cabeza a la puerta. Dada la intensidad del calor que se desprendió, la puerta se deshizo completamente. Teníamos el camino libre para avanzar.
Nos adentramos en un largo y estrecho pasillo. Tardamos una hora en abarcarlo entero. El camino era abrupto, y mis extremidades empezaron a pesarme de una manera irracional. Cuando al fin llegamos al final del camino, nos encontramos con un gran agujero que llevaba hacia la superficie. Era similar al anterior, por el cual habíamos bajado. Solo que más oscuro, no había ninguna luz que lo iluminase. Tampoco se veía una mínima luz que indicase donde se encontraba la salida.
El caballo esperó pacientemente a que llegásemos. Cuando estuvimos a su altura, levantó las dos patas en el aire y volvió a caer con todo su peso. Seguidamente, cinco pequeños escalones aparecieron en el agujero. Cada uno distaba del otro aproximadamente dos metros. El caballo repitió la operación hasta diez veces. Las escaleras fueron apareciendo de forma sistemática, hasta que se perdieron en el horizonte.  Cuando terminó, me miró y con un gesto de la cabeza me indicó que me subiese a su espalda. Para ello, bajó la intensidad de sus llamas. Primero subió Balder, para después subir yo. Cuando estuvimos bien sujetos, el caballo empezó a saltar de un escalón a otro. Era una maniobra peligrosa. Los escalones eran de pequeño tamaño, y la superficie que teníamos para agarrarnos era escasa. Tuve que concentrarme mucho en los movimientos del caballo, e, intentar hacer un ejercicio de equilibrio para no caerme. La posibilidad de precipitarme hacia el vacío era una idea que quería desechar de mi cabeza.
Cuando estuvimos en el último escalón, el caballo saltó hacia el exterior. Sus alas se desplegaron majestuosamente. Volamos muy alto, para luego descender en picado. El aterrizaje fue un poco duro, pero por fin podíamos respirar el aire de la libertad. Me apoyé contra un árbol y cerré los ojos unos instantes. Cuando los volví a abrir un brillo lejano llamó mi atención.

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