Aquellas llamas empezaron a lanzar pequeños rayos de color rojo. De ellos se empezó a formar una figura. Era el contorno de algo grande y poderoso. Cuando se fue aclarando la visión, pudimos comprobar que un gran caballo se estaba formando ante nosotros. Tenía unas patas muy fuertes y las crines de fuego. Como último se formaron unas largas y elegantes alas. Pequeñas llamas las recorrían. Cuando el caballo estuvo listo se presentó ante la Dama Blanca e hizo una inclinación.
-Aquí os presento a uno de mis más leales amigos- sonrió a lo que el caballo levantó las dos patas delanteras- os devolverá a la superficie-.
-Solo podréis conseguirlo si él os da el permiso- replicó la Dama- el ha nacido en las entrañas de las tierras, donde el fuego es indomable, de ahí su naturaleza salvaje. Si le demostráis lealtad, el os la demostrará a vosotros. Si no sucede así, os prenderá fuego hasta que os reduzcáis a ceniza- y dicho esto el panel se volvió oscuro.
Miré fijamente al caballo, él hizo lo mismo conmigo. Me estudió minuciosamente. Sentí su aliento en cada célula de mi ser. Estaba muy concentrado y no se le escapaba ni un detalle de mis movimientos. No sabía decir si era de su agrado o no. Relinchó varias veces y se acercó unos pasos. Estábamos frente a frente y podía notar el calor que desprendía. Alargó una de sus patas y la colocó al lado de mi pierna. Sus ojos me miraban tan fijamente que contuve la respiración.
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