No podía evitarlo. Mi cuerpo se acercaba a gran velocidad hacia el árbol. Cuando mi cuerpo rozó la corteza se quedó inmóvil. Esta vez no me iba a adentrar en él. La fuerza que me empujaba hacia allí simplemente desapareció. Una sensación de intranquilidad y miedo me invadió. Notaba que algo iba a suceder, pero todo estaba en la más absoluta calma.
Era como la vez anterior, el silencio precedía al horror. El vello de mis brazos se erizaba. La sensación de inquietud crecía en mi interior. Dí una vuelta alrededor del árbol. Pero no había nada. Miré al horizonte, pero solo había oscuridad. Ningún otro árbol. Ningún ser vivo. Me senté junto a una gruesa raíz que sobresalía del suelo, para esperar mi sino.
Mientras estaba pensando en todo lo que me había sucedido, la tierra se empezó a congelar poco a poco. Cuando ya estuvo totalmente congelada, un vaho muy frío empezó a desprenderse de ella. Las raíces del árbol también comenzaron a transformarse. Todo lo que me rodeaba parecía un gran bloque de hielo.
Miré a mi alrededor pero no veía nada, tan solo existía un sonido muy raro a lo lejos. Agudicé el oído, presté la máxima atención. Entre la confusión de mi mente, escuché como unos caballos relinchaban, así, como el sonido de un látigo. Intenté concentrarme más aún para identificar de dónde venía el sonido. Se aproximaba hacia mí a mucha velocidad. Pasados unos segundos, distinguí el sonido del galope. Miré detrás del árbol. Apareció de la nada, una gran neblina .
Como por arte de magia aquel vaho se hizo menos denso y aparecieron los esqueletos de unos caballos. Se movían con facilidad y detrás de ellos, de la nada, apareció una gran carroza. Iba conducida por alguien, pero mis ojos no lo podían distinguir. A duras penas vi que se levantó y tiró un sombrero rojo al suelo. Me había visto y mis piernas no me obedecían para escapar. Empezó a bajar sin prisa las escaleras del carruaje.
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