El tiempo que tardaron los lienzos en coger forma se me hizo eterno. Primero aparecieron los paisajes, el dibujo avanzaba desde fuera hacia dentro. El centro era lo último en aparecer. En el lienzo de la izquierda empezaron a distinguirse unos rizos. En el lienzo de la derecha apareció una larga cabellera negra.
Mientras tanto, el hombre sonreía con malicia y los prisioneros de la carroza ahogaron el grito ante la expectación. Aparté unos segundos la mirada de las imágenes y miré a nuestro alrededor. Todo se había congelado de tal manera, que se habían formado gruesos bloques de hielo. Cuanto más se completaban los lienzos, más hielo aparecía. A pesar de ello, mi cuerpo estaba tan entumecido por el miedo, que no notaba los cambios de temperatura.
Cada vez aparecían más rizos, y a mi cada vez me faltaba más el aire. Se me habían pasado unas cuantas ideas por la cabeza, pero las había rechazado todas. Esperaba que fuese tan solo un dibujo, sin significado. Cuando la parte de los rizos estaba finalizada, aparecieron lentamente dos orejas puntiagudas. Mis rodillas se tambalearon, perdieron todas sus fuerzas y caí al suelo. Mis peores temores se estaban cumpliendo. Una ola de desesperación empezaba a florecer en mi pecho.
Miré el otro lienzo. Estaba ambientado en cuevas. En el centro había aparecido un pelo largo y negro. Poco a poco empezaba a distinguirse un ojo de color azul. Una nueva angustia invadía mi pecho.
Miré al suelo con lágrimas en los ojos. Aquellas imágenes me estaban torturando. Cuando volví a mirar arriba vi los rostros de mi pequeña princesa y de la náyade.
Me levanté e intenté arrancar los dibujos de las manos del monstruo. Con malicia se apartó y perdiendo el equilibrio, mi cuerpo cayó al suelo sin esperanzas. ¿Qué significaba eso?, miré hacia donde estaban las almas perdidas. Estaban totalmente quietas y con las cabezas agachadas por la pena.
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