Parecía un muerto viviente, un ser de otro mundo. Tenía medio cuerpo de esqueleto, y la otra mitad de humano. Justo en el límite se veía la transición de un estado al otro. Los pliegues de carne se podían distinguir perfectamente. Abrió la boca y empezó a sonreír con malicia. Un insecto negro le salió de ella. Se me revolvió el estómago. El asco y miedo que me daba aquel medio-hombre no se podía comparar con nada que hubiese conocido.
Levantó su brazo esquelético, lleno de moho. Con una nueva sonrisa, que parecía la de un viejo enterrador desquiciado, chasqueó los dedos.
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