Relinchó fuertemente y bajó su cabeza a la altura de la mía. Con un movimiento rápido, apartó sus ardientes crines de mi, para que no me quemase. En sus ojos aparecieron unas pequeñas chispas de llamas. Me quedé hipnotizado e incapaz de moverme. A nuestro alrededor, se formó un gran cuadrado de llamas. Así el caballo se aseguraba que no tuviésemos forma alguna de escapar.
El suelo también empezó a cambiar. Se empezó a llenar de círculos de colores rojos y amarillos. Eran muy finos pero iban moviéndose de un lado a otro. Me estaba mareando solo de mirarlos. Para evitarlo, fijé mi vista en el techo, mientras pensaba como salir de aquella situación. Cuando el caballo se dio cuenta, relinchó nuevamente. Como reacción a aquello, el techo se llenó de cuadrados que se empezaron a mover entre ellos. Otra vez la sensación de mareo me invadía. Al final perdí el equilibrio y caí al suelo.
El horror vino a mí cuando sentí que el suelo no había detenido mi caída. Furiosas llamas de fuego naranjas jugaban con nosotros. No nos llegaban a quemar, pero si elevaban mucho la temperatura del ambiente. El suelo había desaparecido y empezamos a caer. La sensación de incertidumbre, encogió mis sentidos. Miré al techo, allí los círculos se habían unido al baile de los cuadrados. Sentía que la locura invadía todo mi ser. Mi cuerpo caía al vacío mientras que todo a mi alrededor se movía con la más absoluta tranquilidad. Era algo totalmente irreal, pero que por el contrario estaba sucediendo. Intenté cerrar los ojos, para comprobar que estaba soñando. Pero una fuerza invisible me impedía pestañear. Círculos, cuadrados, fuego, llamas, eran todo para mi y yo tan solo un juguete para ellos.
El caballo no estaba por ningún lado. Miré a los lados, el pequeño ser también había desaparecido. Tan solo estaba yo con mi angustia y mi eterna caída.
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