Después de la primera impresión de ver los cuerpos mutilados, miré fijamente la gran muralla de hielo. Se presentaba tan poderosa que era difícil no admirarla. No había ni el más mínimo hueco para atravesarla. Iba a ser muy complicado moverse de aquel punto. Miré al pequeño ser, él también estaba pensativo.
Me alejé un poco, y me apoyé contra la pared. Aquel lugar estaba repleto de malas vibraciones. Tenía una sensación extraña en el cuerpo. En pocos días me había vuelto muy sensible a todo tipo de energías. Las sentía en la piel y se me erizaba el vello. Desafortunadamente solo había sentido malas vibraciones, jamás una buena. Esta vez no iba a ser diferente.
El pequeño ser me miró con los ojos brillantes de alegría. Me acerqué a él tan rápido como pude. Había tenido una idea. Me señalo la muralla con una mano y con la otra me dijo que me aproximase aún más. Colocó una mano sobre mi rodilla, y un dedo de la otra sobre el hielo. Noté un cosquilleo por todo mi cuerpo y esperé a ver que sucedía.
De su pequeño dedo empezó a salir una luz rojiza. Poco a poco fue apareciendo una prolongación en forma de uña. Muy fina pero muy fuerte. Cuando terminó de crecer, el pequeño ser acercó su dedo a la muralla y empezó a moverlo enérgicamente. Ante mi asombro se empezó a formar un pequeño agujero cilíndrico. Con un poco de esfuerzo traspasó todo el ancho de la muralla. Cuando terminó lo sacó y caminó hacía el otro extremo de la muralla. Me hizo un gesto para que me acercase nuevamente y repitió la operación. Así lo hizo hasta cuatro veces, formando un pequeño cuadrado.
Miró satisfecho su trabajo, y después su dedo, el cual ya había vuelto a su tamaño normal. Cogió mis manos y las colocó en el centro de aquel cuadrado. A pesar de la falta de instrucciones, comprendí sus intenciones. Me concentré al máximo. De mis manos empezaron a salir pequeños destellos dorados y verdes y el cuadrado de hielo reventó en mil pedazos. Un poco mareado del esfuerzo me di la vuelta y miré al pequeño ser. Fue la primera vez que solté una carcajada desde que había salido de mi casa. El pequeño ser estaba totalmente cubierto de polvo blanco.
Después de un breve momento de alegría, miré el agujero de la muralla. Era bastante pequeño pero de alguna manera tenía que caber por él. Levanté al pequeño ser y se deslizó sin ningún problema al otro lado. Yo lo tuve más complicado. Me quedé atascado unas cuantas veces, así que tuve que emplear la magia. Con mucho esfuerzo calenté un poco mi cuerpo. Esto me ayudó a convertir todo lo que me rodeaba en agua. No agrandé el agujero mucho más, pero si lo necesario para que al final pudiese pasar. Al llegar al otro lado, sentí como las energías me fallaban y caía de rodillas. Debía aprender a no desgastarme tanto.
Cuando contemplé lo que había a mi alrededor, una nueva ola de nauseas apareció. Todo el hielo estaba teñido de rojo sangre.
Me alejé un poco, y me apoyé contra la pared. Aquel lugar estaba repleto de malas vibraciones. Tenía una sensación extraña en el cuerpo. En pocos días me había vuelto muy sensible a todo tipo de energías. Las sentía en la piel y se me erizaba el vello. Desafortunadamente solo había sentido malas vibraciones, jamás una buena. Esta vez no iba a ser diferente.
El pequeño ser me miró con los ojos brillantes de alegría. Me acerqué a él tan rápido como pude. Había tenido una idea. Me señalo la muralla con una mano y con la otra me dijo que me aproximase aún más. Colocó una mano sobre mi rodilla, y un dedo de la otra sobre el hielo. Noté un cosquilleo por todo mi cuerpo y esperé a ver que sucedía.
De su pequeño dedo empezó a salir una luz rojiza. Poco a poco fue apareciendo una prolongación en forma de uña. Muy fina pero muy fuerte. Cuando terminó de crecer, el pequeño ser acercó su dedo a la muralla y empezó a moverlo enérgicamente. Ante mi asombro se empezó a formar un pequeño agujero cilíndrico. Con un poco de esfuerzo traspasó todo el ancho de la muralla. Cuando terminó lo sacó y caminó hacía el otro extremo de la muralla. Me hizo un gesto para que me acercase nuevamente y repitió la operación. Así lo hizo hasta cuatro veces, formando un pequeño cuadrado.
Miró satisfecho su trabajo, y después su dedo, el cual ya había vuelto a su tamaño normal. Cogió mis manos y las colocó en el centro de aquel cuadrado. A pesar de la falta de instrucciones, comprendí sus intenciones. Me concentré al máximo. De mis manos empezaron a salir pequeños destellos dorados y verdes y el cuadrado de hielo reventó en mil pedazos. Un poco mareado del esfuerzo me di la vuelta y miré al pequeño ser. Fue la primera vez que solté una carcajada desde que había salido de mi casa. El pequeño ser estaba totalmente cubierto de polvo blanco.
Después de un breve momento de alegría, miré el agujero de la muralla. Era bastante pequeño pero de alguna manera tenía que caber por él. Levanté al pequeño ser y se deslizó sin ningún problema al otro lado. Yo lo tuve más complicado. Me quedé atascado unas cuantas veces, así que tuve que emplear la magia. Con mucho esfuerzo calenté un poco mi cuerpo. Esto me ayudó a convertir todo lo que me rodeaba en agua. No agrandé el agujero mucho más, pero si lo necesario para que al final pudiese pasar. Al llegar al otro lado, sentí como las energías me fallaban y caía de rodillas. Debía aprender a no desgastarme tanto.
Cuando contemplé lo que había a mi alrededor, una nueva ola de nauseas apareció. Todo el hielo estaba teñido de rojo sangre.
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