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miércoles, 5 de octubre de 2011

Viajando por los confines de los enigmas

Hielo. Bloques poderosos flotaban en el mar. Ahora viajaba a lugares lejanos. Estaba volando por encima del hielo. Había llegado hasta la madre de todos los hielos. Era tan grande y consistente que era imposible romperla. De ella se iban desprendiendo pequeños trozos que caían al mar violentamente. Era algo impresionante estar allí. De momento no había sentido dolor, ni angustia de nadie. Quizás tuviese un pequeño espejismo de tranquilidad. Aquella sensación duró poco. Muy cerca había paredes muy altas hechas del mismo material. Allí se encontraban seres congelados. Eran animales, algunos de los que se encontraban allí eran simples crías. Tan solo podían mover los ojos y la boca. Comenzaron a lanzar aullidos sollozantes. Las crías no podían llorar, las lágrimas se habían convertido en hielo. Les miré a los ojos, el suplicio que nadaba en ellos era sobrecogedor. Sentí una empatía con ellos muy grande. Una vez más mis manos estaban atadas. No podía ayudarles. Mi alma se había roto en mil pedazos. La esencia de su dolor había penetrado en mi piel y sentía como me estaba consumiendo.
Pude abrir los ojos un momento. El agua oscura me estaba llegando hasta la barbilla. No sería capaz de salir de allí y atravesar a todos los fantasmas. O bien me ahogaba en la pena o en el agua. El tercer fantasma me quería llevar nuevamente hacia el hielo, pero intenté resistirme. Mi mente vagaba entre las tinieblas. Era semiinconsciente de lo que sucedía a mi alrededor. Una puerta se abrió ante mí. Una luz apareció. Alguien me tendió la mano. No se si la llegué a coger. El agua se estaba adentrando en mi nariz. Había subido del nivel de mi boca. Tampoco sabía si era una mano real o ficticia. Continué divagando, viajando por los confines de los enigmas.


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