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sábado, 1 de octubre de 2011

Sombras de musgo

Rebusqué entre las piedras del calabozo. Había algo allí que no me convencía. En la parte más alejada de la puerta, encontré musgo. Era de un color azul metalizado. Desde luego no era mío. De alguna manera tenía que haber llegado hasta allí. Quizás, al fin y al cabo podría encontrar una salida. Toqué aquel musgo con delicadeza. Su color era magnético. Estaba demasiado mullido. Intenté arrancar  un trozo. Según lo desprendí, murió. En cambio, el que estaba en el suelo se empezó a reproducir con facilidad. Justo en el momento en el que se iba a cerrar del todo el hueco vacío, una sombra salió. Era parecida a un fantasma. Me atravesó y sentí mucho dolor. Se proyectó sobre las piedras y se quedó allí quieta. Al ver que no se movía, arranqué otro trozo de musgo. Se repitió el mismo proceso. Esta vez, el fantasma que me atravesó me infligió más dolor. Empezaron a moverse. Salieron de la piedra. Se multiplicaron. Ahora había cuatro. Me habían tendido una trampa.

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