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lunes, 15 de agosto de 2011

Cuerdas de magia negra

Nuestra nebulosa de protección cada vez era más pequeña. No entendía como era posible que Skule tuviese más poder que al empezar. Todos estábamos cansados y doloridos, nuestras energías habían menguado. Ella era todo lo contrario, se había crecido con nuestro sufrimiento. Una de sus manos agarraba fuertemente el amuleto que tenía en el cuello, la otra mano apuntaba hacia nosotros. Supuse  que aquel extraño colgante era lo que la daba fuerza. Tenía que averiguar que era y que contenía.
Con brusquedad dejó su otra mano libre y empezó a mirar al cielo. Pronunció palabras en un lenguaje desconocido para mi. Vi  como Asks se estremecía a mi lado,  debía de haber entendido sus gritos. Un segundo después, los truenos empezaron a escucharse por todo el bosque. Rayos de energía, impactaron con fuerza, estaban desafiando nuestra magia. Estábamos siendo atacados por dos frentes, aquello era demasiado para nosotros. Sentí como varios mareos hacían que perdiese la concentración. Intenté aguantar.
Los ojos de la hechicera negra empezaron a moverse a mucha velocidad. Eran negros como el onix más puro. Miró otra vez al cielo y los impactos de la tormenta se intensificaron. Sin mucho esfuerzo rompió nuestras barreras. Nos quedamos al descubierto. Intenté activar mis manos otra vez, pero era demasiado tarde. Ella había sido más rápida, había conjurado unas cuerdas para que nos atasen. Formaron un círculo a nuestro alrededor. Intenté soltarme, era imposible, cada vez que las tocaba una descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Era un voltaje tan alto que después del temblor inicial, mi cuerpo se quedó lleno de marcas.
Se acercó hacia nosotros a paso lento. Estaba disfrutando de cada instante. Aquella victoria sobre nosotros la llenaba de satisfacción y orgullo. A pesar de la magia que estaba utilizando para mantenernos presos los ojos la cambiaron a su color normal. El amarillo que desprendía era fulminante. Sus movimientos lentos pero precisos recordaban al reptar de una serpiente. Comenzó a humedecerse los labios y a enseñar los dientes. Nos miraba fijamente, para ella eramos unas presas a punto de ser devoradas.

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